viernes, 24 de febrero de 2023

Masueco-Pozo de los Humos-Cascada del Pinero-Playa del Rostro-Corporario-Masueco. 11/01/2023.

Las generosas lluvias navideñas "sobre mojado" invitaban a repetir esta marcha arribeña en la que el agua es protagonista destacado. La hice por primera vez en diciembre de 2020 y me dejó impactado también por la belleza de su recorrido. Ya entonces me explayé aportando muchas fotos y detalles a la entrada que subí al bloggg, como podéis comprobar pulsando aquí. 

A pesar de todo no nos decidimos hasta el día antes por lo incierto de las predicciones meteorológicas. Sabia decisión la que tuvimos los mismos andarines que disfrutamos de Batuecas tres meses antes.  Se nos uniría a última hora un cuarto "expedicionario" y, optimizando vehículo de desplazamiento, nos acercamos hasta Masueco para disfrutar de una jornada inolvidable. 

Como en el enlace de la primera edición de más arriba podéis encontrar información más prolija sobre el recorrido quienes queráis repetirlo, y mi amigo y "compañero de expedición" Antonio cuenta sus sensaciones del día vivido magistralmente en su blog, repito la experiencia que ya hice en la entrada de Batuecas, uniendo sus palabras a mis fotos. De nuevo aprovecho para invitaros a tod@s, una vez más, a daros una vuelta por dicho blog, rico, rico en relatos.

Así nos cuenta Antonio Castaño sus impresiones, bajo el título: LAS ARRIBES, UN PARAÍSO NATURAL CON MUCHA ENERGÍA:

Muchas dudas generan las aplicaciones que se encargan de anunciar las previsiones meteorológicas, se ve que fallan los algoritmos. En esas anduvimos el día antes de decidir acercarnos a Las Arribes para hacer una ruta que Manolo nos propuso. Entre tantos cambios que se fueron produciendo ese día en las predicciones, amaneció lloviendo, lo que no impidió que viajásemos hasta Masueco. Un cielo encapotado impedía que la luz del amanecer hiciese acto de presencia, una de las maravillas que te compensa el madrugón. La lluvia golpeaba en los cristales, los algoritmos predecían buen día. Mientras tanto, a ambos lados de la carretera se sucedían charcas rebosando, arroyos desbordados porque su cauce había desaparecido, sembrados encharcados, imágenes que habíamos olvidado. En Vitigudino, al coger el desvío hacia Masueco, la lluvia se transformó en una niebla espesa; un paisaje misterioso nos acompañó unos kilómetros con prados verdes sin ganado para tenerlos a raya.
Pasado el Uces, el río que veríamos cayendo a un precipicio, la niebla levantó el vuelo, dejándonos un día espectacular. Todo para nosotros, pues en Masueco no vimos a nadie y en el largo camino los contamos con los dedos de la mano. Tanto espacio para aparcar a veces genera dudas sobre donde hacerlo, como le pasó a Antonio, que nos dio una vuelta a la plaza encementada, donde se echa en falta el enorme negrillo que tanto impresionó a Unamuno, antes de dejarlo enfrente de una casa con una puerta que cerraron a cal y canto vete a saber cuándo.

Salimos hacia el este para coger el camino que nos llevaría hacia el río. Corría el agua por la calle escurriendo el último chaparrón, de los árboles y arbustos colgaban gotas de agua cristalina que nos regaban a nuestro paso. Una bandada de zorzales se sorprendió ante tanta gente junta a primera hora de la mañana. Aún no había desaparecido del todo el otoño de esas tierras donde el frío no es tan extremado, colores amarillentos entre la vegetación descontrolada de cortinas abandonadas. Las últimas lluvias han tumbado más de una pared, abriendo portillos que se irán agrandando con el paso del tiempo.
También nos topamos con parcelas de olivares y viñedos bastante cuidados, donde aparece claramente la intervención del hombre, aunque en los 24 km que recorrimos no vimos a nadie trabajar en el campo. Bajando hacia el río, los robles cubiertos de liquen parecía que soportaban una gran nevada, dejando una imagen espectacular del valle. Llevaba buen caudal el río Uces, completamente encajonado, caminando hacia el precipicio, con la niebla sobrevolando las cumbres y las cascadas bajando desbocadas, caminábamos por un escenario de un gran valor paisajístico.




Las fuertes lluvias han hehco estragos en alguno los muros de las terrazas entre las que va nuestro sendero.





La cascada del Pozo de los Humos, siempre sorprende, aunque la hayas visto varias veces. Es un espectáculo grandioso de la naturaleza, un enorme caudal de agua que se precipita violentamente al vacío, provocando una espuma y un ruido que te envuelve durante el tiempo que estés en el escenario. Han conseguido con las pasarelas que los visitantes disfruten al máximo del espectáculo, sobrevolando por encima de la cascada, con seguridad. Una foto de Darío recuerda los peligros de la naturaleza. ¡Cuánta energía desperdiciada en estos tiempos que es tan necesaria! Más arriba los cables cruzan el río, se llevan la energía aquí producida y no empleada en esta comarca que se está quedando sin gente.


Toda una obra de arte la falsa bóveda con que se cubren estos pequeños refugios.














Reiniciamos la marcha ya con una buena carga energética que desprende el paisaje se mire donde se mire. Siguiendo la estela de Manolo como cuando las ovejas inician un camino desconocido y siguen a las más atrevidas, subimos, bajamos, llaneamos, la verdad que poco, hasta dar con un sendero de los de antes que nos llevaría a contemplar la impresionante desembocadura del Uces y tener ante nosotros al Duero por primera vez. Caminando por estos caminos entre cercados de piedra envueltos en musgo, no puedes menos de pensar en el tiempo que le tocó vivir a la gente de estos pueblos, cuántas penurias para llegar hasta allí para labrar o recolectar unos kilos de aceitunas o unos haces de trigo. Por el cielo pasa un avión que se dirige al norte, donde muchos campesinos emigraron dejando estas tierras en manos de la intemperie.

Al fondo la desembocadura del Uces (donde se ven las paredes
 marrones, que ya están en la orilla derecha del Duero)

Vilarinho dos Galegos

Aún arrastra espuma el Uces antes de abrazar al Duero, escondido en la profundidad del valle en forma de uve. Los embalses le han quitado muchos de sus encantos, como el vado al que seguramente dirigiría este camino para pasar a Portugal, en cambio la energía que atesora es incalculable. El enorme vaso del Duero es capaz de recoger todas las aguas vengan de donde vengan, ya lo decía el verso que recitaba mi madre para aprenderse los ríos: “ Soy el Duero que todas las aguas bebo”. 



Si el camino era todo belleza, nos quedamos de piedra al ver la cascada del Pinero, un impresionante salto de un enorme chorro de agua clara que salta por encima del camino. Un espectáculo para disfrute de los sentidos que nos costó abandonar, lo que nos quedaba de ruta y que la tarde se nos echase encima, nos sacaron de aquel encantador recodo del camino.
Entre bancales de olivos y alguna que otra encina, alcanzamos una pequeña explanada, donde unos caminantes reponían fuerzas, intercambiamos impresiones. 









Pronto iniciamos una bajada importante hacia el Duero, desde arriba parecía un mundo llegar hasta allí, pero una vez que te pones, hay que ver lo que se avanza paso a paso. El camino lo cruzaban pequeños arroyos, que formaban cascadas, a veces encharcado, las piedras se convertían en resbalinas peligrosas, por lo que había que bajar con precaución. A orillas del río tomamos un tentempié para afrontar una nueva subida de una ruta que es un auténtico tobogán.










Entre conversación y conversación, se enmascara la dureza de la ruta, que siempre se compensa con la belleza. Que se lo digan a Julio, debutante en esta aventura que aguantó como jabato y mira que la ruta era exigente. 







Al llegar a la carretera el equipo se dividió en dos, unos por la carretera y otros bajando por un sendero de gran dificultad pero de una belleza difícil de describir, un paraíso natural con una vegetación exuberante. 





De forma mucho más cómoda que nosotros bajaron nuestros compañeros.

Nos reagrupamos en la playa del Rostro, en un espléndido restaurante, con unas vistas de vértigo, donde comimos a la carta.


No había mucho tiempo para la sobremesa, por lo que pronto echamos la mochila al hombro para hincarle el diente al último tramo, que también nos deslumbró. Por un sendero que va bordeando el río entre una vegetación desbocada de un verde intenso, entre riachuelos que llegan a su fin, pisando un manto de hojas, llegamos hasta una edificación de piedra, un antiguo control de carabineros para vigilar el contrabando. Sería muy duro pasar tantas penurias hasta llegar allí y que te pillasen con el café o el tabaco. 








Los restos del antiguo puesto de vigilancia marcan el punto desde donde comienza de nuevo el ascenso.

Estamos en un espacio sobrecogedor, donde se imponen el silencio y la soledad con un decorado de farallones pintados de colores por los churretes de los minerales, cantiles verticales donde anidan los buitres, cascadas que bajan por la orilla portuguesa. No me extraña que Julio, nos deleitase cantando el poema de Gerardo Diego. Llegar hasta allí no es fácil, tiene su miga.
¿Veis el nido?

También en la orilla portuguesa se ven saltos imponentes.



Iniciamos la dura subida por un camino zigzagueante en el que fuimos dejando las últimas reservas energéticas. Como siempre alcanzar la cima tiene su recompensa. Un enorme mirador desde donde pudimos repasar gran parte de la ruta por este paraíso natural que el Duero ha ido construyendo a su paso. 

Esta vez el último tramo antes de llegar a la meseta lo hacemos sin pasar por el mirador de Viña Cerrá,



En Corporario, pedanía de Aldeadávila de la Ribera, regresamos a la civilización. Unas señoras tomaban los últimos rayos del sol en la solana de la iglesia; da alegría ver a gente en los pueblos.


Llegando a la pista que nos conducirá a Corporario ya sin apenas desnivel.

Corporario
Regresamos a Masueco por una ancha cañada, cuando el sol caía hacia Portugal. Intencionadamente me hice el remolón, quedándome el último de la fila. A derecha e izquierda parcelas abandonadas, con porteras de somieres reutilizados, algunas labradas con olivos arreglados, otras con jaramagos florecidos en enero, otras con surcos derechos que no llegaron a dar cosecha…caminamos con las mochilas repletas de energía positiva, una gran cosecha que nos ha proporcionado en el día de hoy la naturaleza. Hace años, esta cañada a estas horas sería un trasiego de campesinos, carros, animales todos de recogida. A la entrada del pueblo, el pilón-abrevadero rebosa agua, dejó su función ni se sabe cuándo.
Llegando a Masueco.

Bonito rincón masuecano que encontramos al entrar en el pueblo.


Al menos en Masueco el bar aguanta. Tomamos unas jarras de cerveza que nos supieron a gloria. El dueño era allende  la frontera, su acento lo delataba. No nos quiso decir de dónde. Nosotros tampoco conseguimos decirle la palabra que encerraba su wordle particular. Un bonito final para un viaje espectacular.

4 comentarios:

  1. Muchas gracias Manolo por complementar mi texto con tus preciosas imágenes,ha mejorado cantidad. Un buen recuerdo del gran día que pasamos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a vosotros. Un gran día, sin duda, y en buena compañía... ¿qué más se puede pedir?

      Eliminar
  2. Precioso todo: la ruta con las cascadas, el Duero exhuberante, las fotografías y, por supuesto, el texto tan ilustrativo y explicativo

    ResponderEliminar