Como “es de bien nacidos ser agradecidos”, tengo que agradecer
al amigo Antonio el haber podido hacer esta actividad a la que tenía muchas
ganas… a pesar de no habernos podido acercar al meandro del Alagón por
“problemas burocráticos varios”…
Llegamos a las proximidades de Granadilla el sábado a última
hora de la mañana, sin estar muy seguros del lugar desde donde el grupo iba a
descargar las piraguas. Como fuimos los primeros en llegar, estuvimos buscando
un buen sitio para acceder a la orilla, y yo tuve la suerte de cruzarme junto
al embalse, a tan solo unos metros, con una cierva y un cervatillo que corrían
alejándose de un perro. Ya de regreso vi también unos cuantos ciervo más en un
par de ocasiones e incluso levanté una liebre... (¡¡ pena de cámara, que estaba en el coche…!!).
Era la hora de comer cuando apareció el resto de
“expedicionarios”, pero decidimos dejarlo para más tarde y empezar ya a remar.
Con todos los pertrechos necesarios para pasar la noche en
el despoblado de Martinhebrón y alimentarnos hasta la tarde del día siguiente
partimos de una recogida ensenada, no sin antes haber arrimado los coches a la
orilla para que no llamaran demasiado la atención.
Pronto disfrutaron algunos de una jugosa observación, al
avistar una manada de ciervos que, procedentes de una isla, nadaban en el
embalse, quizás mosqueados por la proximidad de tanto barco… Yo me lo perdí ;-(
Tras una merecida comida y los primeros baños en las orillas
de un brazo del embalse seguimos camino del despoblado, pudiendo distinguir,
entre varios buitres, a un águila real. Alguna paradita más hubo para
refrescarse en las aguas del embalse y, ya cerca de Martinhebrón, Antonio y yo
nos acercamos por otro brazo a la desembocadura de un pequeño río donde vimos
otro grupo de ciervos y levantamos una garza.
Ya en Martinhebrón algunos montamos tiendas y otros
prepararon vivacs. Con caía el atardecer dimos una vuelta por los alrededores encontrando, entre
otras cosas, lo que parecía el cadáver de un cervatillo.
Aún teníamos una temperatura muy agradable.
Luego nos tocaría ponernos los forros para cenar en la “plaza” del pueblo.
Después de echar unas risas en el “fuego de campamento” se formaron pequeños
grupos, disfrutando del cielo estrellado y de los berridos de los machos en
celo. Me llamó la atención una estrella fugaz que dejó una gran estela, pero me
sorprendió aún más el constante trasiego de aviones y satélites…
Lo de escuchar la berrea en un sitio así impresiona, pero si
te vas al saco a dormir, y cuando la dureza del suelo te hace despertar de vez
en cuando para cambiar de posición, escuchas berridos procedentes de todos los
puntos cardinales, como sucedió esa noche, se convierte, al menos para mí, en
una experiencia única.
Sobre las 8 de la mañana decidí levantarme con idea de dar
una vuelta por los alrededores en busca de jugosas observaciones. Encontré a
Javi saliendo de su tienda y decidimos remontar juntos un empinado cortafuegos
. Pronto vimos un macho joven pastando, al que avisó de nuestra presencia una
hembra que apareció algo más tarde. Continuamos el paseo hasta una zona desde
la que se veía el mirador del meandro que hay cerca de Riomalo. A la vuelta
vimos otro macho, esta vez con algo más de luz, lo que agradeció mi cámara…
Tras el desayuno, y después de tirar unas cuantas fotos a un
saltamontes que andaba por allí, un grupo decidió quedarse a dar una vuelta
antes de coger las piraguas y el resto decidimos montarnos ya en ellas e
iniciar el regreso con calma, descartando una aproximación a la zona de los
meandros.
Al tener más tiempo, volví a acercarme a la desembocadura del riachuelo del día anterior mientras los demás hacían una parada en espera de los que salían más tarde.
La parada para comer, que ya era la segunda tras juntarnos de nuevo todos, nos la tomamos con calma, acompañándola
algunos de baño y siesta. Nos dio tiempo hasta para disfrutar del paso, con
parada en un árbol incluída, de un águila culebrera por el otro lado del
embalse.
El final de la excursión fue algo tenso, al encontrarnos
justo en la “ensenada solitaria” de la que habíamos partido con una gran
cantidad de coches y personas con motivo de una competición de pesca. Algún
rifirrafe hubo cuando alguna piragua se acercó un poco a los pescadores, pero
todo quedó en agua de borrajas. Nos tocó portear las piraguas más de lo deseado
y recoger todo rápidamente, y el baño de despedida decidimos darlo en la
piscina natural de Abadía. La piscina no era tal, al haberse quitado ya la
compuerta, pero alguna pocita nos dejó matar el gusanillo, y el refrigerio en
la terraza de un bar puso la guinda a un fin de semana inolvidable.
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